Washington debe interrumpir la entrega de fondos para la disidencia cubana. No como parte de un plan de mejor relaciones con La Habana ni mucho menos para congraciarse con el gobernante cubano Raúl Castro. Debe hacerlo por un hecho simple: está botando el dinero.
Si alguien en el exilio considera que los opositores deben ser mantenidos, debido a que el gobierno de la isla no les da trabajo —explicación que en estos momento ha perdido vigencia a partir de la posibilidad de empleo por cuenta propia—, la respuesta es simple: echar mano al bolsillo.
Hay decenas de trabajos a realizar —desde costureras y peluqueras hasta fontaneros y albañiles— que pueden ser desempeñados sin convertir la tarea opositora en un empleo. En primer lugar porque estas actividades no se realizan a tiempo completo, como se ha demostrado a través de los años. En segundo porque, de existir la categoría de disidente profesional, al menos se debería exigir cierta efectividad, como ocurre con cualquier trabajador en cualquier sistema social, salvo en la sociedad comunista que nunca surgió. De lo contrario, estamos ante la paradoja de un grupo de abanderados del capitalismo que se comportan como mantenidos al estilo socialista.
Si bien es cierto que no toda la oposición cubana y tampoco buen número de activistas de lo que podría ser un embrión de sociedad civil caen bajo el mismo criterio, y hay quien se sostiene con diversas tareas, la parte más visible —o al menos locuaz— del grupo ejemplifica esa actitud de recibir dinero (mucho o poco) a cambio de casi nada.
Tomado de: http://www.elnuevoherald.com/opinion-es/opin-col-blogs/alejandro-armengol/article30430086.html
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